martes, 8 de marzo de 2011

Ilouz, E.; La salvación del alma moderna. Terapia, emociones y la cultura de la autoayuda


Texto Helena Béjar

La salvación del alma moderna.
Terapia, emociones y la cultura de la autoayuda
Eva Illouz
Katz Editores
Buenos Aires, Madrid, 2010, 316 páginas


El consumo de la utopía romántica y de Intimidades congeladas. Las emociones en el capitalismo, ambos publicados por Katz, aparece un nuevo libro de Eva Illouz, socióloga de origen marroquí y que enseña en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
       El consumo de la utopía romántica fue, a mi juicio, un libro fallido, demasiado académico y de tratamiento poco claro sobre el amor moderno, mientras que Intimidades congeladas era un avance prometedor de la obra últimamente editada.
       La salvación del alma moderna es aparentemente un estudio basado en fuentes eclécticas, según la propia autora (películas, libros de autoayuda, entrevistas a gente que ha hecho y que no ha hecho psicoterapia), que descuida a mi juicio el análisis sistemático de este material (resaltado en Intimidades congeladas en el análisis que hacía de los sitios de encuentro de Internet) y se centra en el estudio teórico de la llamada cultura psicoterapéutica.
       Illouz va más allá de la perspectiva foucaultiana (desarrollada fundamentalmente por Nikolas Rose) que ve en la psicoterapia una nueva “tecnología del yo” que desarrolla la vigilancia y la represión institucional.

Desde su óptica, la psicoterapia es simultáneamente un cuerpo de conocimiento científico (la psicología) y un lenguaje del yo, de la emoción y de la identidad. Es este lenguaje el que analiza desde una perspectiva “pragmatista”: la psicoterapia se ha transformado en un recurso cultural, tanto en su versión profesional como en –la que más le interesa– la popular. Sería un “recurso” o una “forma” cultural que conforma, organiza las experiencias y crea un “estilo emocional” común.:
Este estilo supone una nueva sociabilidad (¿en relación a cuál otra?, se pregunta el lector) en donde se dibujan varios valores.
1.      Así, la comunicación, como parte intrínseca tanto de las relaciones íntimas como laborales,
2.      y derivadas de ellas la reflexividad
3.      y el autodistanciamiento;
4.      también, la confianza en sí mismo (que, según Illouz, es –en una muy aventurada hipótesis– en la sociedad psicoterapéutica lo que el despliegue de la hostilidad era en la sociedad premoderna, esto es, la manifestación del poder personal)
5.      y su valor espejo, el reconocimiento del otro.
6.      El paso del homo economicus al homo communicans (que la autora no desarrolla) construye una nueva noción de autocontrol leído ahora psicoterapéuticamente: el control emocional crea las condiciones para el desarrollo de las relaciones procedimentales y potencialmente utilitarias más que en el contenido de la interacción.
a.       Lo que se exige al sujeto contemporáneo es dominar las reglas de la comunicación
b.      y ocultar su emocionalidad, que sería un obstáculo
c.       para el disengaged self (autodistanciamiento) y el yo sociable que predica el ethos psicoterapéutico. Un paso más en el proceso de civilización que Norbert Elias analizara.
       El libro adolece de los mismos defectos que Intimidades congeladas, en esencia, tratar demasiados temas (la sociología del trabajo, la contribución del feminismo al pensamiento psicoterapéutico, la recepción de Freud en Estados Unidos, etc.) y coge vuelo en el capítulo sobre “Las tiranías de la intimidad”, cuyo título homenajea a Sennett y su clásica crítica sobre el hombre psicológico.
***La cultura psicoterapéutica y el autoescrutinio al que se someten los individuos problematiza la vida cotidiana y hace que las relaciones –del matrimonio, por ejemplo– se desmoralicen, esto es, no se basen tanto en compartir normas o proyectos como en ser capaces de manejar las técnicas que rijan los conflictos.
Con ello, la intimidad deja de ser el ámbito de la autenticidad y la emoción para pasar a ser objeto de la racionalidad y la “negociación”, en una metáfora constructivista del gusto del discurso sesentayochista.
       A pesar del enfoque pragmatista de Illouz, las conclusiones del libro son críticas. El relato psicoterapéutico es radicalmente tautológico porque cuando un estado emocional se define como saludable y deseable, toda conducta que no siga esa dirección se entiende como problemática.
En este sentido, estaríamos asistiendo a una nueva forma de conformidad social. El yo es a la vez “víctima” de las circunstancias y autor de su vida.
Lo primero le desresponsabiliza de sus acciones, lo cual debilita su sentido moral;
lo segundo le impulsa a creer en la autotransformación, clave de toda empresa psicoterapéutica.
Se inaugura por tanto un nuevo modelo de identidad y responsabilidad, que hace al individuo responsable de su cambio interno (con la fuerza de voluntad como eje de su mudanza moral) pero no de sus deficiencias.
La psicología como marco de la buena vida reemplaza a la ética.
       Illouz es ambivalente en relación a la cultura psicoterapéutica. Su enfoque pragmatista y hermenéutico le lleva a analizar para qué sirve a los individuos modernos.
Así, la llamada competencia emocional (la capacidad de mezclar la escucha con la asertividad, la sinceridad con la actitud no acusadora, la flexibilidad con la firmeza) es un nuevo tipo de capital social, una capacidad para “surfear” –si usamos una expresión de Bauman– en las procelosas aguas emocionales de la modernidad.
Ello por una parte. Pero por otra acaba reificando la personalidad y olvidando la comprensión social de la realidad. Lejos de ayudar a la identidad moderna a saber manejarse con sus contradicciones, el discurso psicológico en realidad las profundiza, concluye Illouz.
En la cultura psicoterapéutica no hay lugar para el caos y el sufrimiento sin sentido, que es lo que la teodicea moderna había siempre defendido.
El malestar siempre puede ser remediado si aprendemos las técnicas psicológicas y las habilidades sociales necesarias. Si no prosperamos en una sociabilidad que se asenta en una lógica psicoterapéutica que hace descansar sobre el sujeto su devenir emocional y psíquico, olvidando la realidad social, es falta nuestra. Y mejor que abracemos la psicoterapia.



Verano (julio - septiembre 2010)

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