domingo, 17 de abril de 2011

Lectura y revolución digital. Aprender a leer, leer para aprender. Roger Chartier

 Fuente: http://www.pensamientocritico.org/rogcha0310.pdf

La revolución digital de nuestro presente modifica todo a la vez, los soportes de la escritura, la técnica de su reproducción y diseminación, y las maneras de leer.

Tal simultaneidad resulta inédita en la historia de la humanidad. La invención de la imprenta no modificó las estructuras fundamentales del libro, compuesto, tanto antes como después de Gutenberg, por pliegos,hojas y páginas reunidos en un mismo objeto. En los primeros siglos de la era cristiana, esta se impuso a costa del rollo, pero no estuvo acompañada por una transformación de la técnica de reproducción de los textos, siempre asegurada por la copia manuscrita. Y si bien la lectura ha conocido varias revoluciones, señaladas o discutidas por los historiadores, todas ocurrieron durante la larga duración del codex: tal como son las
conquistas medievales de la lectura silenciosa y visual, la fiebre de lectura que caracterizó el
tiempo de las Luces
, o incluso, a partir del siglo XIX, como lo hemos visto, la entrada en la
lectura de recién llegados: los medios populares, las mujeres y los niños
.



Al romper el antiguo lazo anudado entre los textos y los objetos, entre los discursos y su
materialidad, entre los dos sentidos del libro entendido, a la vez, como soporte y como
obra, la revolución digital obliga a una radical revisión de los gestos y nociones que
asociamos con lo escrito.
A pesar de la inercia del vocabulario, que intenta domesticar la

novedad denominándola con palabras familiares, los fragmentos de textos que aparecen en la
pantalla no son páginas, sino composiciones singulares y efímeras
. Y, contrariamente a sus

predecesores, rollo o codex, el libro electrónico no se diferencia de las otras producciones de
la escritura por la evidencia de su forma material. La ruptura existe incluso en las aparentes
continuidades. La lectura frente a la pantalla es una lectura discontinua, segmentada, atada al
fragmento.
¿Acaso no resulta, por este hecho, la heredera directa de las prácticas permitidas

y suscitadas por el codex? En efecto, éste último invita a hojear los textos, apoyándose en
sus índices o bien a “sauts et gambades” como decía Montaigne. El codex invita también a
comparar diferentes pasajes, como lo quería la lectura tipológica de la Biblia, o a extraer y
copiar citas y sentencias
, así como lo exigía la técnica humanista de los lugares comunes. Sin

embargo, la similitud morfológica no debe engañar. La discontinuidad y la fragmentación de la
lectura no tienen el mismo sentido cuando están acompañadas de la percepción de la totalidad
textual
contenida en el objeto escrito, tal como la propone el codex, y cuando la superficie
luminosa donde aparecen los fragmentos textuales no deja ver inmediatamente los límites y
la coherencia del corpus de donde fueron extraídos.



22 La descontextualización de los fragmentos y la continuidad textual que no diferencia más los
diversos discursos a partir de su materialidad propia parecen contradictorios con los procederes
tradicionales del aprender leyendo, que supone tanto la comprensión inmediata, gracias a la
forma de su publicación, de valor del conocimiento procurado por los diversos discursos como
la percepción de las obras como obras, es decir en su totalidad y coherencia
. Las mutaciones

contemporáneas no son sin riesgos como lo muestra la inquietante capacidad del mundo digital
a dar credibilidad a las falsificaciones o errores
, a someter la jerarquía los conocimientos a la
lógica económica de las más poderosas empresas multimedia
, o a establecer la dominación
cada día más fuerte del inglés como única lengua del saber
. Estos temores son plenamente

legítimos y deben inspirar posibles maneras de limitar sus efectos desastrosos. Sin embargo,
no deben hacer olvidar otras realidades más prometedoras.


23 El sueño de la biblioteca universal parece hoy más próximo a hacerse realidad que nunca antes,
incluso más que en la Alejandría de los Ptolomeos. La conversión digital de las colecciones
existentes promete la constitución de una biblioteca sin muros, donde se podría acceder a todas
las obras que fueron publicadas en algún momento, a todos los escritos que constituyen el
patrimonio de la humanidad. La ambición es magnífica, y, como escribe Borges, “cuando se
proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante
felicidad”. Pero, seguramente, la segunda impresión debe inspirar una reflexión sobre lo
que implica la conversión digital que propone a los lectores contemporáneos textos cuyas
formas materiales no son más aquellas donde sus lectores del pasado los leyeron. Semejante
transformación no carece de precedentes, se podría decir, y fue en códices, y ya no en los rollos
de su primera circulación, que los lectores medievales y modernos se apropiaron de las obras
antiguas o, al menos, de aquellas que han podido o querido copiar. Seguramente. Pero para
comprender las significaciones que los lectores del pasado han dado a los textos de los que
se apoderaron, es necesario proteger, conservar y comprender los objetos escritos que los han
transmitido. La “felicidad extravagante” suscitada por la biblioteca universal podría volverse
impotente amargura si se traduce en la relegación o, peor aún, la destrucción de los objetos
impresos que han alimentado a lo largo del tiempo los pensamientos y sueños de aquellos y
aquellas que los han leído. La amenaza no es universal, y los incunables no tienen nada que
temer, pero no ocurre lo mismo con las más humildes y recientes publicaciones, sean o no
periódicas. Es la razón por la cual las bibliotecas deben mantenerse en el mundo de la red como
un lugar y una institución fundamental donde los lectores seguirán aprendiendo en los libros.


24 Al mismo tiempo que modifica las posibilidades del acceso al conocimiento, la revolución
digital transforma profundamente las modalidades de las argumentaciones y los criterios o
recursos que puede movilizar el lector para aceptarlas o rechazarlas. Por un lado, la textualidad
electrónica permite desarollar las argumentaciones o demostraciones según una lógica que ya
no es necesariamente lineal ni deductiva
, tal como lo implica la inscripción de un texto sobre

una página, sino que puede ser abierta, estallada y relacional gracias a la multiplicación de
los vínculos hipertextuales
. Por otro lado, y como consecuencia, el lector puede comprobar

la validez de cualquiera demostración consultando por sí mismo los textos (pero también las
imágenes, las palabras grabadas o composiciones musicales) que son el objeto del análisis
si, por supuesto, están accesibles en una forma digitalizada. Semejante posibilidad modifica
profundamente las técnicas clásicas de la prueba (notas del pie de páginas, citas, referencias)

que suponían que el lector hiciese confianza al autor sin poder colocarse en la misma posición
que éste frente a los documentos analizados y utilizados. En este sentido, la revolución de
la textualidad digital constituye también una mutación epistemológica que transforma las
modalidades de construcción y acreditación de los discursos del saber. Puede así abrir nuevas
perspectivas a la adquisición de los conocimientos otorgada por la lectura, cualquier sea la
modalidad de inscripción y transmisión del texto del cual se apodera.


25 Como siempre es el “ingenio lego”, Cervantes, el que puede aclarar las contradicciones
apuntadas por este texto. Sancho, que no sabe ni leer ni escribir, es sin embargo el depositario
de una sabiduría sentencial transmitida por los refranes y cuentos de su pueblo. Sancho
aprendió sin leer. Don Quijote, que ha leído hasta la locura, muestra la profunda ambivalencia
de la lectura
- y de los libros. Pueden hacer el hombre más sabio, cuerdo y discreto, como lo

indica el hidalgo al caballero del verde gabán, pero pueden también hacerle perder el juicio.


En este sentido, Don Quijote leyó sin aprender, por lo menos sin aprender lo que requieren el
entendimiento y la prudencia. Leer para aprender, pero sabiendo que existen conocimientos
que no se encuentran encerrados en las páginas de los libros
; aprender a leer, pero trazando su

propio camino en la selva o los jardines de los textos: tales son, hoy en día, las advertencias
que nos dejan don Quijote, un elefante que era “seco de carnes”, y Sancho, un cordero que
tenía “la barriga grande y las zancas largas”.

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