martes, 15 de marzo de 2011

Daniell Bell según Luis Racionero.

La relevancia de Daniel Bell

Luis Racionero, LA VANGUARDIA, 27-2-2011

Acaba de fallecer el sociólogo de Harvard Daniel Bell. Anunció los dos sucesos sociales más importantes del siglo XX: el fin de las ideologías y el principio de la sociedad postindustrial, luego se enzarzó con las contradicciones culturales del capitalismo, que son el tema de nuestro tiempo. Le faltó hablar de China, pero su legado intelectual merece ser conocido.

Bell falleció a principios del 2011 a los 91 años, habiendo publicado, entre otros muchos estudios sociológicos, tres fundamentales El fin de la ideología en 1960, El advenimiento de la sociedad postindustrial en 1973 y Las contradicciones culturales del capitalismo en 1978. Se definió como socialista
en economía, liberal en política y conservador en cultura
, algo más moderno que el famoso “monárquico en política, clásico en arte y católico en religión” del poeta T.S. Elliot.

Comenzó su carrera en la Universidad de Chicago, que en los años cuarenta fue la más brillante de EE.UU.,
luego pasó a Columbia, en Nueva York donde presentó su tesis doctora El fin de la ideología. Ese libro nació de un simposio sobre teoría política que se celebró en Milán en 1955. Allí se certificó el fin de las ideologías debido al triunfo de la sociedad del bienestar y al fracaso de la economía planificada
estalinista. Bell matizó que su tesis no afirmaba que se acabase el pensamiento ideológico, sino que morían
las viejas ideologías: marxismo, fascismo, utopismo; pero que a la larga surgirían otra nuevas.

Parece lógico suponer que si no hay ideologías, no hay partidos políticos: los neocons son una ideología. El
partido ecologista se basa en una ideología, bastante científica en este caso, y el partido socialista se basa en una ideología amputada de su marxismo, muerta en el hospital de la Seguridad Social y reencarnada en un capitalismo de facto. Mi ideología es una economía budista tal como la teorizó Schumacher en
Small is beautiful, maximizar la felicidad con el mínimo consumo de recursos. Pero eso será para después que pasen los chinos.

El siguiente anuncio de Bell fue el advenimiento de la sociedad postindustrial en 1973. Sucede cuando la cantidad de gente trabajando en el sector servicios supera al empleo en agricultura más industria. Ello
acaeció en España en 1984, si no recuerdo mal, y conlleva un tipo de sociedad, unos estilos de vida, unos valores diferentes a la que fue la sociedad industrial del siglo XIX y XX o a la anterior sociedad agrícola
comercial de los siglos anteriores al XVIII. Tan diferente como la sociedad preindustrial lo fue de la industrial, esta lo será a la postindustrial.

¿En qué consiste? Bell da cinco componentes:
  1. Paso de una economía que produce artículos (neveras, coches, ladrillos) a otra que produce servicios (viajes, ocio, asesoría, informes, tratamientos). 
  2. Preeminencia de la clase profesional y técnica. 
  3. La centralidad del conocimiento teórico como motor de la innovación. 
  4. La toma de decisiones por análisis de sistemas, coste-beneficio y otras técnicas en vez de por ideología. 
  5. El relevo de las élites, los propietarios son sustituidos por ejecutivos de la élite técnico-intelectual.


Todo ello confirma una nueva sociedad que ya no cambia por revoluciones, sino por los cambios en la naturaleza del conocimiento, la investigación sistemática, la inversión en I+D. Los últimos años de su vida profesional los dedicó a esclarecer las contradicciones culturales del capitalismo. Reconoció tres:

1. La tensión entre ascetismo y consumismo; 
2. Entre aburguesamiento y vanguardias, 
y 3. Separación de ética y ley. 

El capitalismo nace, según teorizaron Max Weber y Werner Sombart, del espíritu protestante y puritano. El capitalismo, dice Daniel Bell, requería un cierto tipo de carácter que replicara la psicología de la propia empresa: un individuo metódico, disciplinado, trabajador.

Una afinidad electiva entre carácter e interés material. En el trasfondo del cambio de carácter se necesitó una ética religiosa que lo sancionara: para el protestantismo todo trabajo era una “vocación”, en el catolicismo un castigo por el pecado original.

La ética protestante as a way of life consiste en devoción, frugalidad, disciplina, prudencia, amor al trabajo y gratificación diferida. La restricción del consumo permitía la acumulación de capital, un estilo de vida en que ganar dinero se convirtió en un fin en sí mismo, en vez de ser un medio para bien vivir. La ética protestante, concluye Bell, especialmente en su versión calvinista, proporciona la energía moral que mueve al empresario capitalista.

Pero ¿qué sucede cuando el primer capitalismo que es el de producción se transforma por su propio éxito en capitalismo de consumo? Pues que para vender se persuade a los puritanos laboralistas, por medio de la publicidad y la televisión, de que se transformen en consumidores hedonistas.

Se reniega de la frugalidad en aras de las compras a plazos y la tarjeta de crédito. La contradicción está servida: un sistema basado en el ascetismo sólo puede sobrevivir en el despilfarro.

Esa contradicción la pusieron en evidencia los movimientos hippies de los años sesenta, rechazado lo que Marcuse definió como “excedente de represión”. La represión calvinista del origen del capitalismo sobraba, cuando esto entró en la sociedad de consumo postindustrial, y los jóvenes se la quitaron de encima, como la corbata y el sostén. Esa es la más potente contradicción cultural en que todavía se debate el capitalismo. Las otras dos son más llevaderas, especialmente la del ser burgués y que tenga que gustarles el arte de vanguardia.

´El crepúsculo de la izquierda´, Luis Racionero

Por qué pierde la izquierda en toda Europa menos en los países con atraso sociológico y político por dictaduras reiteradas o persistentes es una pregunta que los intelectuales se resisten a plantear precisamente porque la izquierda les ha convencido de que un intelectual ha de ser de izquierdas.

Eso fue así hasta la Segunda Guerra Mundial, pero a partir de 1955, por tomar un hito que fue el Congreso para la Libertad Cultural en Milán, Daniel Bell osó anunciar El fin de la ideología, libro publicado en 1960. Sin ideologías no hay partidos y sin ellas, los partidos que intentan subsistir se quedan sin discurso. Lo tuvieron, en el siglo XIX, pero ya no lo tienen porque la izquierda ha muerto de éxito.

Después de la II Guerra Mundial, John Maynard Keynes colaboró con el partido laborista inglés para establecer una fusión entre capitalismo y socialismo que es el sistema en que nos movemos ahora todos los países democráticos y desarrollados. Un capitalismo con cara humana, matizado por el welfare state. No por casualidad Keynes era íntimo en el grupo de Bloomsbury, un conjunto de artistas e intelectuales ingleses discípulos del filósofo George Moore que creían, en palabras de Clive Bell, que el fin de la existencia humana son ciertos estados mentales serenos, intensos y refinados que sólo se consiguen bajo tres condiciones necesarias: seguridad, ocio y libertad. El socialismo fabiano de los Webb, Bernard Shaw, incluso Bertrand Russell propició que en 1945 se instaurase el welfare state para paliar las desigualdades causadas por el mercado y la competencia. Se montó así un sistema mixto social-capitalista o capital-socialista que es el que usamos en la UE.

De modo que las ideologías de izquierda del siglo XIX, comunismo, socialismo, anarquismo, han conseguido las reivindicaciones que su lucha durante ese siglo ha impuesto en el siguiente:

  1. semana de 40 horas, 
  2. condiciones de trabajo más humanas, 
  3. seguridad social, 
  4. derecho de huelga, 
  5. subsidio de paro, 
  6. jubilaciones, 
  7. sanidad y educación gratuitas.

Cuando una organización o movimiento consigue sus reivindicaciones, se disuelve o se inventan otras. Lo malo es que reivindicar los derechos de los marginados no es tan de vida o muerte como bajar la semana laboral de 60 a 40 horas y puede que esas nuevas reivindicaciones no levanten tantas adhesiones como las más apremiantes injusticias del capitalismo salvaje del siglo XIX.

Bell sostiene que en El fin de la ideología no dijo que se acababa el pensamiento ideológico, sino que el agotamiento de las viejas ideologías iba a conducir inevitablemente a defender ideologías nuevas: “Al final de los años 50 nos encontramos con una desconcertante censura. En Occidente,entre los intelectuales, las viejas pasiones se han gastado. La nueva generación se encuentra buscando nuevos propósitos dentro de un marco político que ha rechazado las visiones apocalípticas y milenaristas.  En busca de una nueva causa que defender, se observa una profunda, desesperada, casi patética ira... una búsqueda incansable para dar con un nuevo radicalismo intelectual. La ironía para estos que buscan nuevas causas es que los obreros, cuyas reivindicaciones fueron antes la energía que movió el cambio social, ahora están más satisfechos con la sociedad que los intelectuales”.

De modo que los intelectuales van por un lado y los trabajadores por otro. Unos querían mejoras concretas en su nivel de vida, los otros querían cambiar el mundo y hallar un sistema de organización social y económica que sustituya al capitalismo. Pero no lo hemos sabido encontrar y así como la democracia es el menos malo de los sistemas políticos, el capitalismo, por ahora, se ha demostrado el menos malo de los sistemas económicos.

Los intellos típicos hablan de la vieja y la nueva clase trabajadora y debaten cual teólogos porque su objetivo no es iluminar los cambios sociales que están ocurriendo, sino salvar el concepto marxista de cambio social y la idea leninista de los agentes del cambio. Están perdidos. Si la clase trabajadora está cambiando de naturaleza en la sociedad postindustrial, ¿cómo mantener la visión marxista del cambio social? Y si la clase trabajadora no hereda el mundo –de hecho, disminuye–, ¿cómo fortificar la dictadura de proletariado y el papel del PC como vanguardia de la clase trabajadora? El partido comunista se quedó sin ideología, el socialista ha conseguido aplicar sus peticiones. Falta discurso.

No tiene por qué ser malo. Otras ideologías surgirán en su lugar; la ecología ya lo ha hecho, y otras, como la economía budista de Schumacher, pueden aparecer. Lo malo es que partidos sin ideología e ideologías sin discurso se queden como momias e intenten ganar elecciones una vez muertos como el Cid. Quienes sacaron a pasear al pobre Campeador muerto son los mismos que nos piden el voto para una izquierda que murió de éxito o de fracaso.

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