
El grito de guerra de Javier Gomá
FUENTE: ABCD 13 de marzo de 2011 - número: 988 http://www.abc.es/abcd/noticia.asp?id=15985&num=988&sec=32
Una de las razones por las que la filosofía no ha ocupado el lugar que le corresponde en la España actual es simplemente por la ausencia de grandes pensadores con capacidad para dar una interpretación filosófica a los problemas de nuestro tiempo. Por fortuna, Javier Gomá ha logrado llenar este hueco en la cultura española, como mostró en su trilogía de la experiencia de la vida, y muy especialmente en su ensayo Ejemplaridad pública, que tuvo tan buena acogida por tratar un tema de máxima relevancia en la democracia contemporánea. Su último ensayo, Ingenuidad aprendida, aporta nuevas claves para comprender nuestra civilización y mejorar su funcionamiento, y consolida a Gomá como referente en el pensamiento español.Ingenuidad aprendida, libro corto pero intenso, de prosa elegante y cautivadora, es descrito por el autor como un grito de guerra, un modo de hacer filosofía y ofrecer del tiempo presente un ideal positivo capaz de movilizar sus fuerzas latentes, en un momento de pérdida de veracidad de la cultura occidental. En él se propone hacer una filosofía mundana con proyección universal y lograr que el pensamiento retome su cauce natural, que es el de servir a las personas en sus trayectorias vitales y en la interpretación de la realidad. Para ello, reivindica la curiosidad por la vida humana y recomienda la ingenuidad como método de pensamiento.
El capítulo central, «Ingenuidad aprendida», incluye una explicación pormenorizada de este término como método filosófico. Según el autor, el exceso de lucidez es paralizante; en cambio, la ingenuidad es osada, se atreve a atravesar la nube luminosa del escepticismo, el relativismo y el particularismo que nos rodea, y permite llegar mejor a la objetividad de las cosas. La ingenuidad abre camino a una experiencia universal. Advierte también que ingenuidad no es ignorancia, ni tampoco espontaneidad irreflexiva. Se aprende tras una larga educación y muchas aventuras, dice Gomá.
Mediante esta ingenuidad aprendida, el autor aporta una lúcida interpretación de la realidad social y política, y muestra contradicciones intrínsecas de nuestro sistema utilizando sugerentes metáforas y lanzando brillantes ideas para su regeneración. Hace referencia a la ejemplaridad pública, tratada detalladamente en su ensayo del mismo título, y explica por qué la esfera política, ahora más que nunca, es la esfera de la ejemplaridad. La política es hoy menos cuestión de cosas, planes, programas y proyectos, y más de personas en acción; menos de res publica y más de dramatis personae, explica. Así lo muestra el caso del propio Obama, que se sirvió de dos libros autobiográficos y del ejemplo de su vida para lanzar su candidatura a la Presidencia de Estados Unidos.
Teoría de la vida
Los siete capítulos que componen este libro tratan asuntos filosóficos muy diversos que permiten entender el pensamiento del autor en muy diversas facetas; entre ellas, su interpretación de la filosofía de Ortega. Muchos de los que han leído a Javier Gomá se preguntarán qué opina del pensamiento orteguiano. Dos capítulos del libro lo abordan. En el primero, dedica una crítica al análisis de la teoría de la vida de Ortega. En el siguiente, reconoce su admiración por él; entre otras cosas, por su mundanidad. Gomá explica las razones por las que la lectura del gran filósofo es tan aleccionadora y placentera: «La prosa orteguiana persuade, convence, entretiene. Hay filósofos más originales, más creativos, más innovadores o más geniales que él, aunque pocos derrochan tanto talento».
Tras dedicar el ensayo a reflexionar sobre múltiples temas de la filosofía mundana, Javier Gomá centra el último capítulo en la vida privada. Quizás este texto sea el que más haga justicia al grito de guerra que pretende ser este ensayo con el que replantearse algunos principios sobre los que se asienta nuestra sociedad actual.
Polos en tensión
La evolución de la vida privada y su influencia en la esfera pública son cuestiones esenciales para entender muchos problemas de la sociedad contemporánea, como muestra Gomá. Según el autor, en la Historia ha habido una tensión entre dos polos, el del colectivismo estatal y el del subjetivismo. La evolución de los derechos del individuo y su libertad ha implicado el retroceso de un espacio similar antes ocupado por el Estado, y por consiguiente el Estado ha renunciado a la antigua pretensión perfeccionista de inculcar virtudes entre los «súbditos». Esto ha llevado a un deslizamiento en el que se aprueba el derecho de cada uno a disfrutar de su vida privada sin coacciones, y de ahí se deduce de modo insensato que cualquier ejercicio de este derecho vale éticamente lo mismo, asegura Gomá.
Este divorcio entre lo público y lo privado que se da en nuestra sociedad difícilmente puede contribuir al ideal democrático de la filosofía mundana defendido por Javier Gomá, que es el de la ejemplaridad. Como concluye este capítulo, «la democracia ha renunciado a los estados perfeccionistas que señalan al ciudadano una particular concepción del bien y del mal pero no ha renunciado ni puede hacerlo a un pefeccionismo de mores».
Una frase que llama poderosamente la atención es la de que «el hombre es libre antes de aprender a serlo», y sería interesante, quizás en otro libro futuro, que el autor reflexionara sobre el aprendizaje de la libertad y los problemas que implica ser libre sin saber realmente ejercer esta libertad.
Se esté o no de acuerdo con las ideas que propone Javier Gomá, su ensayo logra un objetivo fundamental: obliga al lector a utilizar esa ingenuidad que reivindica el autor para desarrollar un pensamiento crítico que contribuya a la evolución de la sociedad.
Súbdito por fuera, libertario por dentro
JAVIER GOMÁ LANZÓN BABELIA 12/03/2011
Apabullado por un exceso de leyes y normas de todo tipo, el ciudadano clama por la libertad en su vida privada
Ahí va un acertijo: "Súbdito por fuera, libertario por dentro, ¿qué es?". Si no lo adivinas, te doy algunas pistas. Hoy el hombre común, el hombre de a pie, se halla siempre fuera de norma. Son tantas las leyes concurrentes y de origen tan diverso que es muy difícil, si no imposible, conocerlas y cumplirlas todas y ni la más escrupulosa de las conciencias puede evitar, siquiera por inadvertencia, contravenir algún artículo perdido de una de esas miles de disposiciones normativas vigentes. Toda clase de normas -circulares, ordenanzas, decretos, reglamentos, leyes ordinarias y orgánicas, directivas- y toda clase de fuentes -municipales, autonómicas, estatales, europeas, internacionales, multiplicadas con concejalías, consejerías, ministerios y agencias independientes- se entrecruzan y solapan en confuso y espeso entramado para caer como una plaga sobre el desavisado ciudadano. Hacer en la propia casa una reforma o una fiesta con música y baile, encender un cigarrillo, comprar una botella de vino, tirar unas pilas a la basura, pasear el perro, ir a pescar o incluso, para quien se le antoje, torear desnudo en la dehesa a la luz de la Luna son comportamientos intensamente regulados por leyes urbanísticas, vecinales, viales, medioambientales y fiscales por razones todas ellas tan atendibles como agobiantes.El Estado debe aceptar un límite infranqueable, que es el dibujado por el perímetro de la 'interioridad'
Por incuria o por táctica, las autoridades administrativas no aplican siempre las sanciones previstas en el ordenamiento para esas desviaciones toleradas de facto y el resultado práctico es que el ciudadano común es invariablemente un sujeto fuera de norma sobre el que, con arreglo a la ley, pende siempre un justo castigo, lo que, en sentido estricto, le convierte en súbdito a merced de la arbitrariedad de los poderes. Quizá las revoluciones modernas han librado al hombre del deber de rendir homenaje a un príncipe altivo pero nadie le ha exonerado aún de la servidumbre de implorar la benevolencia de las oficinas burocráticas.
El hombre se toma venganza contra esta maraña insoportable que envuelve el espacio público replegándose en su jardín privado, donde por fin se siente libre. Frente al reglamentismo jurídico-burocrático del orden social, la embriaguez de una vida privada refractaria a toda norma en general, ya sea jurídica, ética o estética. En determinado momento de la historia reciente el hombre llegó al siguiente pacto social: de un lado, el monopolio de la violencia legítima se confía al Estado, el cual se reserva la potestad de aprobar leyes vinculantes sobre la exterioridad de la vida y a ejecutarlas coactivamente por medio de su cuadro de funcionarios, una potestad de la que el Estado ha tenido que hacer un uso expansivo en los últimos tiempos por la complejidad inmanente al control y gobierno de una sociedad como la nuestra caracterizada por el ascenso de la masa al escenario de la historia.
Ahora bien, en el ejercicio de estas prerrogativas exorbitantes el Estado debe aceptar -es la otra cláusula del pacto- un límite infranqueable, que es el dibujado por el perímetro de la interioridad de la vida privada, un ámbito donde se le reconoce al yo el derecho inconcuso a elegir sin interferencias el estilo de vida que desea sin necesidad de rendir cuentas a nadie, se diría que ni siquiera a sí mismo, porque el pluralismo relativista producido por el declinar de las ideologías ha liberado a ese yo emotivista del deber de atenerse a reglas éticas universales y ha hecho del fuero interno un lugar libertario sin ley, donde no cabe discriminar entre formas superiores e inferiores de uso de la libertad y todo está permitido mientras no perjudique a tercero.
En suma, normativismo y anomia son los dos rostros, cada uno mirando a un lado opuesto, de ese Jano bifronte que es la cultura contemporánea. Y la consolidación reciente de la democracia de masas no ha hecho más que apuntalar esta tensión no resuelta, porque la coactividad burocrática que ocupa el fuero externo está legitimada por los impecables procedimientos de nuestro Estado de Derecho, fundado en la soberanía popular, mientras que, por su parte, la anarquía moral del fuero interno se halla protegida, al máximo nivel, en la tabla de derechos fundamentales de las constituciones modernas.
Ya he dado suficientes pistas para resolver el acertijo propuesto al principio: "Súbdito por fuera, libertario por dentro, ¿qué es?". Lo has adivinado: somos tú y yo, querido lector, mientras este dualismo anacrónico siga presidiendo la organización de nuestras vidas, divididas absurdamente en dos compartimentos estancos. Al final hemos caído en los dos peligros que, con rara clarividencia, ya avizoró Tocqueville cuando dijo que "la igualdad produce en efecto dos tendencias: la una conduce directamente a los hombres a la independencia y puede empujarlos a la anarquía; la otra les conduce por un camino más largo, más secreto, pero más seguro, hacia la servidumbre".
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