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sábado, 7 de julio de 2012
¿Seguiremos viviendo en sociedad?, de Michel Wieviorka en La Vanguardia 5-7-2012 ***
El pasado 26 de junio, Manuel Castells pronunció en París una conferencia en el marco de las actividades de su cátedra del nuevo Colegio de Estudios Mundiales. Se refirió a las nuevas prácticas culturales que se despliegan en esta época de crisis económica garantizando funciones de solidaridad y cooperación al tiempo que forjan una cultura susceptible de redefinir las orientaciones más generales de la vida colectiva.
A modo de introducción, y como para ayudar a los oyentes a situar mejor los análisis de Manuel Castells, Alain Touraine, presidente del alto consejo del mismo colegio, propuso distinguir tres maneras de enfocar la cuestión para considerar las principales transformaciones sociales del mundo contemporáneo. Sinteticemos su exposición.
Un primer enfoque, que es el de Manuel Castells, consiste en buscar la señal del origen de un nuevo tipo de sociedad en las conductas más o menos contestatarias que establecen relaciones sociales inéditas, facilitadas por el uso de internet y los nuevos dispositivos de comunicación. En esta perspectiva, la sociedad en red sucede a la sociedad industrial, caracterizada por el conflicto estructural entre el movimiento obrero y los amos del trabajo; cabe añadir que el tránsito entre una y otra es complicado y puede verse ralentizado por el hecho de la crisis.
Un segundo enfoque consiste en rechazar este optimismo sociológico, esta idea deseosa de que nazca una nueva sociedad entre los escombros de la antigua y que no ve en las prácticas de consumo, de cooperación o de contracultura como las que analiza Castells más que conductas propias de crisis: los protagonistas, desde este punto de vista, reaccionan a las dificultades económicas desplegando conductas ejemplares, de elevado sentido moral; descubriendo diversas modalidades de colaboración; ayudándose de forma recíproca; produciendo bienes que antes se procuraban en el mercado; practicando el intercambiando y el trueque sin recurrir al pago en moneda, etcétera. No crean una nueva sociedad, con sus conflictos, sus relaciones entre dominadores y dominados, sus planes de emancipación y de transformación; hacen frente como pueden a una situación. No anuncian nada radicalmente nuevo, no se proyectan hacia el porvenir… se las apañan.
Por último, un tercer enfoque consiste en abandonar pura y simplemente la idea misma de sociedad. Según esta perspectiva, la economía y las finanzas ya no guardan relación con las relaciones sociales; se han disociado de ellas y la propia vida social es el resultado de agentes sociales que inventan circunstancialmente nuevas formas de existencia, individuales y colectivas; que intercambian, se comunican, se conectan y desconectan en red pero sin formar sociedad, sin identificarse con una unidad tan amplia como es una sociedad, sin pretender por ejemplo definir, cuestionar o controlar el rumbo de las orientaciones principales de la vida colectiva. Lo que prima, por consiguiente, en el caso de los agentes sociales, es la capacidad de inventar, de innovar, de ser sujeto de su propia experiencia, aun a riesgo de orientar su subjetividad personal hacia decisiones colectivas, culturales; de inscribirla, por ejemplo, en el seno de una identidad religiosa pero sin miras generales ni proyecto para el cuerpo social en su conjunto.
Conservamos todavía el recuerdo concreto de la era industrial, y de la vida en sociedad, con su conflicto estructural que se llamaba a veces lucha de clases. Desde entonces, no es extraño que podamos experimentar cierta nostalgia, no de una edad de oro mítica –la existencia, hace cincuenta años, era objetivamente más dura que en la actualidad–, sino de una época en la que había referencias, utopías, fe en el progreso que facultaba la idea misma de sociedad. Y solemos apreciar, en general, que vale más conflicto que crisis. En efecto, en una relación conflictiva entre agentes sociales cabe contemplar la posibilidad de una discusión, de un debate, de negociaciones, de una institucionalización, mientras que cuando la crisis arrastra, apenas cabe otra perspectiva que la llamada noción de comportamiento modélico –me responsabilizo de mi suerte, me distancio del marco social– o la ruptura, el quebranto y la violencia. Entre estas dos perspectivas, la del nacimiento de una nueva sociedad con sus correspondientes vínculos y relaciones –aunque sean conflictivos– y la de la crisis, considero que debemos dar preferencia a la primera y valorar, a través de conductas concretas, lo que parece remitir a ella o al menos podría aproximársele.
Ahora bien; ¿qué cabe pensar de la tercera hipótesis, que descansa sobre la idea de la desaparición de la sociedad? ¿Podemos aceptar vivir en un mundo donde la economía y las finanzas –y, con ellas, el trabajo, el empleo o el sueldo– ya no permiten siquiera construir sociedad, mientras que las relaciones que ayer eran de naturaleza social y ponían frente a frente a grandes conjuntos como clases y movimientos sociales, hoy se limitan a relaciones interpersonales o en red? ¿Podemos aceptar la idea de una reducción de los desafíos de la vida social a cuestiones o situaciones de orden cultural, mientras que quienes quieren mantener la imagen y las referencias de la pertenencia a una gran colectividad sólo encuentran las respuestas que ofrecen el nacionalismo y, por consiguiente, el recurso a la identidad nacional, con el peligro de derivar en xenofobia, racismo y rechazo de la alteridad?
El análisis sociológico no consiste en hacer encajar los hechos a la fuerza en una teoría preconcebida, sino en poner a prueba hipótesis y razonamientos como los tres que se acaban de exponer de modo conciso.
La primera hipótesis, mucho más que las otras dos, permite considerar el porvenir con confianza, la segunda resulta sombría y desmoralizante, y la tercera es inquietante, hasta tal punto parece señalar la entrada en una nueva era, cuyos puntos de referencia susceptibles de orientar el modo de actuar de posibles agentes sociales desconocemos.
Los tres enfoques presentan actualmente su respectiva pertinencia y merecen ser puestos a prueba. Pero sólo el primero permite otorgar confianza en los agentes sociales de la hora actual a fin de preparar el futuro.
Michel Wieviorka, sociólogo. Profesor de la Escuela de Altos Estudios Sociales de París.
Traducción: José María Puig de la Bellacasa.
Etiquetas:
Castells-Manuel,
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