«La civilización del espectáculo» es el título del nuevo libro de Mario Vargas Llosa en cuyas páginas el Premio Nobel no deja títere con cabeza
Día 11/04/2012
ABC
Cada palabra de Mario Vargas Llosa,
Premio Nobel de Literatura 2010, vale oro. No solo por ser uno de los
escritores más afamados y respetados sino también por la lucidez de sus
opiniones. En su próximo libro, editado por Alfaguara, encara y se
encara con los grandes males de la sociedad contemporánea. Palabra de
Vargas Llosa.
Después del Premio Nobel,
ha decidido volver a la actividad literaria y publicar un ensayo.
¿Considera que son malos tiempos para la literatura, para la ficción, o
para una realidad novelada?
Depende
desde qué perspectiva se juzgue la literatura. Desde un punto de vista
estadístico, no son malos, porque se edita mucho. Creo que nunca se han
editado tantos libros como ahora. Hablo no solamente de libros de papel,
sino también de los que utilizan los soportes tecnológicos,
audiovisuales. Incluso los índices de lectura dicen que la gente lee hoy
mucho más que en el pasado. Desde ese punto de vista, creo que la
literatura no está amenazada de inmediato. Ahora, sí creo que la
influencia que hoy tiene la literatura es mucho menor que en el pasado,
porque aunque en el pasado influía sobre todo en las élites, lo que se
llamaba las élites, creo que permeaba mucho al resto de la sociedad. Y
lo que podríamos llamar los valores literarios tenían una influencia que
me parece era mucho mayor que la que tienen hoy en día, cuando la
literatura compite con muchas otras formas de entretenimiento, de
diversión, que, por una parte, yo creo que la van desplazando, y por
otra parte, también la van contaminando. Hay un tipo de literatura,
ligera, leve, de puro entretenimiento, que rehúye los grandes problemas y
persigue, sobre todo, entretener. En ese sentido, sí, creo que en
nuestra época la literatura vive una cierta crisis de la que nadie sabe
cómo va a salir.
«La influencia que hoy tiene la literatura es mucho menor que en el pasado»
Es
la impresión que yo tengo, que no es solamente una dimensión, sino el
conjunto de la vida en sociedad, el que está afectado por eso que
podríamos llamar la frivolización, la banalización. La cultura persigue
hoy, aunque no lo diga explícitamente, sobre todo divertir, entretener. Y
tradicionalmente no era la función de la cultura. La cultura trataba de
responder a las grandes preguntas: ¿qué hacemos aquí?, ¿tenemos un
destino o no?, ¿somos realmente libres o somos seres más bien movidos
por fuerzas que no controlamos? Toda esa problemática, que era a la que
la cultura daba respuesta, prácticamente hoy se ha extinguido, ha
desaparecido.
Y en ese proceso usted acusa a los intelectuales contemporáneos de una absoluta inacción, de vivir mirándose el ombligo.
A
diferencia de lo que ocurría con las generaciones anteriores, hoy día
la mayor parte de los escritores no creen que la literatura deba
afrontar este tipo de asuntos. Piensan que es pretencioso, y además
iluso, que la literatura pueda ayudar a resolver ese tipo de problemas, y
prefieren concentrarse en una especialidad. Hacen literatura, y aceptan
que la literatura tenga un rol modesto dentro de la vida de la
sociedad. Y eso creo que también se refleja en la poca ambición que
muestra mucha literatura de nuestro tiempo. No se fija grandes
objetivos. A diferencia de los escritores del pasado, no escriben para
la eternidad, para sobrevivir a la muerte. Se contentan con que la
literatura cumpla una función más o menos inmediata, y sea una
literatura de consumo, en el sentido más explícito la palabra.
«La literatura actual tiene muy poca ambición. No se escribe para la eternidad»
Yo
nací a la literatura en una época en la que era inconcebible que el
escritor no se comprometiera. Defendía unos puntos de vista, criticaba
otros, pero de esta manera contribuía de algún modo a la vida cívica, a
la vida social de su tiempo. Esa es una actitud que hoy parece
completamente obsoleta. Los escritores más jóvenes no piensan que esa
deba ser la función del escritor.
¿En qué medida ha influido el periodismo en esta civilización del espectáculo?
Yo
creo que ha sido determinante. Desde luego, no niego que haya un
periodismo serio que sobrevive a duras penas en un mundo donde el
periodismo, al igual que la cultura en general, persigue sobre todo
entretener, divertir. Y eso ha motivado que el periodismo amarillo, el
que se inmiscuye en la vida privada de las personas, tenga la
importancia que tiene en nuestra época. Se da en las sociedades más
avanzadas, mejor educadas, como en las sociedades más subdesarrolladas.
Simplemente es lo que ha ocurrido en Inglaterra: el periodismo de
escándalo, el periodismo amarillo, el periodismo que además ha
delinquido y ha transgredido la ley, y que tenía un público tan
gigantesco en un país tan culto como Inglaterra, es un indicio de lo que
digo. Eso desde luego ha hecho un daño enorme, porque el periodismo,
sobre todo el televisivo, el de revistas del corazón, que llegan a un
público muy grande, ejerce de hecho una influencia en la manera de ser,
en la manera de pensar de las personas, y creo que ha sido uno de los
grandes instrumentos de la difusión de esa civilización del espectáculo
que caracteriza nuestro tiempo.
Y en toda esta banalidad y banalización, ¿qué papel le concede a internet?
Respecto
a esa gran revolución audiovisual hay dos aspectos que son, por una
parte, contradictorios, y por otra, inseparables. Creo que el avance de
las comunicaciones ha sido extraordinario y que ese es un progreso de la
libertad. Hoy es muchísimo más difícil que haya censura, porque la gran
revolución audiovisual permite que se burlen todos los sistema de
control de la comunicación, del pensamiento, de la expresión, y eso
desde luego es muy importante y un gran progreso. Al mismo tiempo, con
esa universalización de la comunicación ha venido también un desplome
total de lo que es la discriminación, el establecimiento de órdenes de
prelación o de importancia en las informaciones, y eso ha traído consigo
una enorme confusión. Uno de los peligros más serios de la gran
revolución audiovisual es la falta de jerarquía, la desaparición entera
de los valores. Todo vale en nombre de esa tecnología que realmente no
tiene barreras, no tiene frenos. Y eso puede ser gravísimo, porque la
democracia no solamente es libertad. Libertad es también orden, es
también legalidad. Y la legalidad salta en pedazos, porque hoy día lo
permite la gran revolución tecnológica. La democracia misma está
amenazada.
Usted cita en el libro el caso Wikileaks, ¿un claro ejemplo de internet mal entendido?
Según
sus defensores, sí, es una gran revolución de la libertad. Ha permitido
que la libertad rompa todo tipo de controles y se ejercite con absoluta
impunidad. Y por otra parte, ha destruido en muchos sentidos lo que es
la privacidad, la vida privada, no solo de las personas, sino de las
instituciones, y por eso yo creo que ha hecho un daño enorme a la
cultura democrática. Son los países democráticos los que se han visto
más afectados con ese exhibicionismo generalizado de toda su vida
privada. ¿Y eso a quién perjudica? Yo creo que perjudica profundamente a
la democracia, porque ese tipo de información no afecta a las
dictaduras totalitarias. Los países totalitarios se defienden contra ese
género de exhibicionismo y, en cambio, ese exhibicionismo está
socavando verdaderamente las bases del sistema democrático. A mí me
parece que ese es un fenómeno muy, muy interesante, justamente para ver
cómo la libertad puede a veces, por exceso, ser destructiva y
autodestructiva.
¿Y qué tiene que decir del libro electrónico?
Junto con el libro electrónico,
deberíamos defender la supervivencia del libro de papel. Porque el
contenido sí está en muchos casos determinado por el soporte, o por la
forma. Creo que todos los que hacemos literatura sabemos que la forma es
el contenido en muchísimos casos, y el que los libros pasen del papel a
la pantalla puede significar una revolución profunda del contenido. Y
ojalá no sea esa banalización que yo, me temo mucho, las pantallas han
introducido en la cultura del espectáculo.
Usted dedica un amplio espacio en el libro a la educación, el valor de una excelencia perdida.
Creo
que el desarrollo económico es fundamental, y sin ninguna duda el
desarrollo tecnológico; el desarrollo científico es la base del
conocimiento. Sobre eso no puede caber ninguna duda. Ahora, si el
desarrollo se cifra exclusivamente en ese aspecto y desaparece lo que
llamábamos justamente la dimensión cultural, espiritual, de valores,
estamos creando una especie de estructura vacía, hueca; sociedades que
al final no van a ser de ciudadanos conscientes, racionales, sino de
zombis que van a funcionar más por reacciones encadenadas, a través de
mecanismos que tienen que ver sobre todo con la publicidad y la
manipulación de la información. A mí me parece gravísimo, y por eso creo
que hay que defender la cultura en su sentido más tradicional.
En
este proceso de pérdida de valores también implica a la clase política.
¿Al final vivimos no con el gobierno de los mejores, sino con el de los
menos malos posible?
Esa
devaluación de la política es uno de los problemas mayores que afronta
la sociedad presente. Es muy importante que los mejores vayan a hacer
política si queremos que la política sea creativa, sea limpia, sea
decente, sea pura, sea idealista. Si la política solamente recluta a los
mediocres y se genera una especie de desprecio generalizado hacia la
política, el resultado va a ser catastrófico justamente para la cultura
de la libertad, para las instituciones democráticas. Hay que devolverle a
la política el prestigio que en algunos momentos tuvo, que son aquellos
momentos en que la política trajo a los mejores y permitió los grandes
cambios que han hecho posible justamente la cultura democrática, la
cultura de la libertad.
«Es muy importante que los mejores vayan a hacer política»
El
problema es que nadie tiene conciencia del problema, solo minorías que
tienen muy poca influencia en el funcionamiento de la sociedad. Y luego,
sobre todo, añadir a lo que es el desarrollo material y científico esa
dimensión que representaba la cultura tradicional. Tradicionalmente, la
cultura era lo que daba un sentido, una significación, un valor
determinado a las reformas sociales, políticas, económicas. Si eso se
pierde, y vivimos en un mundo de puro pragmatismo, el resultado puede
ser trágico.
Para el desarrollo de este discurso no duda en remontarse a los orígenes, que sitúa en Mayo del 68.
Mayo del 68
resumió en cierta forma lo que era toda una manifestación, en distintos
campos, de una necesidad de cambio radical. Al final, lo que hicimos
fue construir una especie de monstruo que ahora nos ha dejado unas
secuelas de las que no sabemos cómo salir. Creo que en el campo de la
educación es donde se ve más dramáticamente. Desde luego que la escuela
tradicional necesitaba una reforma, sobre eso creo que había unanimidad.
Pero la reforma, al final, significó destruir todo tipo de patrones,
todo tipo de valores, todo tipo de jerarquías, y el resultado ha sido la
confusión y, en muchas casos, contraproducente. Hemos convertido las
escuelas en verdaderos caos y las nuevas generaciones están padeciendo
por desgracia un experimento que no dio los resultados que se esperaban.
¿Cómo se siente ahora que ha tomado la bandera de la denuncia?
No
me considero un redentor en absoluto. Siento terror por los redentores
de todo tipo. Yo soy simplemente un escritor. He escrito este ensayo
expresando una problemática que he vivido, como digo en el capítulo
final, en carne propia. En un momento dado, he sentido en mi propia
experiencia que había unos vacíos tremendos, que había unas
deformaciones tremendas, y todo eso, de alguna manera, se refleja en la
preocupación por la cultura. La cultura es la vida de las personas, es
lo que da sentido, orden, más o menos espiritual, a una sociedad.
«Uno de los peligros de la revolución audiovisual es la falta de jerarquía»
No
soy pesimista porque no creo que la Historia tenga unas leyes
inflexibles que determinan nuestro futuro. El futuro lo determinamos
nosotros mediante iniciativas, mediante actos libres. Aquello que anda
mal puede ser corregido, aquello que anda peor podría pasar a ser mejor,
y todo eso depende enteramente de nosotros. Depende de una movilización
de la sociedad en este sentido, así que no, pesimista no soy en
absoluto. No creo que lo que está ocurriendo sea algo fatídico, ni
muchísimo menos. Creo que han sido unas decisiones que son discutibles,
que son equivocadas, y que por eso mismo pueden ser también corregidas.
Por último, permítame felicitarle: ha escrito un ensayo sin caer en la pedantería y lo ilegible.
No
está en absoluto dirigido a una élite. La idea es que este ensayo pueda
llegar a cualquier persona razonablemente educada. Lo he escrito
evitando todo ese oscurantismo, que es una de las características, por
desgracia, de la filosofía.


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