
Pedro Vallín, Madrid
LA VANGUARDIA, 21 de septiembre de 2014
"Los beneficios empresariales se empiezan a evaporar y los derechos de propiedad pierden fuerza"
El economista y sociólogo Jeremy Rifkin vaticina que el cambio iniciado en la industria cultural se extenderá a otros sectores
El coste marginal es lo que cuesta producir una unidad más. Es muy importante esta definición porque explica por qué el capitalismo está muriendo de éxito y por qué la industria cultural ha cambiado de arriba abajo y de forma irreversible en quince años. Imaginen una fábrica de coches que produce 500 unidades al mes. ¿Cuánto le costaría producir 501? Con la fábrica instalada y la plantilla en funcionamiento (costes fijos), añadir una unidad significaría un coste pequeño. La teoría económica clásica postula que la competencia obliga a reducir el coste marginal (aumentar la productividad), y que esto fomenta la innovación. Lo que ninguno de los teóricos del capitalismo sospechaba es que pudiera alcanzarse un coste marginal cero. Pero la tecnología lo ha hecho.
Hoy es una evidencia para los mercados culturales: proveer 10.000 ejemplares de un libro electrónico cuesta exactamente lo mismo que proveer uno. O mil millones. Sólo existen los costes fijos, porque el coste marginal de cada nueva unidad es cero. La pregunta obvia es si ese cambio de paradigma, que ha arrasado a la industria cultural tradicional ¿ojo, no a la creación ni al consumo-, puede hacerse extensivo a todo el orbe productivo. Sobre todo esto reflexiona el economista y sociólogo Jeremy Rifkin (autor de La tercera revolución industrial, Paidós, 2011) en su nuevo libro, La sociedad del coste marginal cero (Paidós, 2014), y su respuesta es indubitada: sí, se extenderá a la práctica totalidad de los sectores; ya lo está haciendo, de hecho. Rifkin no cree en un desplome súbito del modelo capitalista sino en su progresiva pérdida de hegemonía en este siglo. No es un nostálgico comunista ni un ingenuo y asesora a la UE, la OCDE y Estados Unidos sobre las políticas económicas del futuro. Y por cierto, insistió mucho en Madrid en que la actual política económica española "está completamente equivocada". Pero eso es asunto de otra sección.
"La lógica operativa del capitalismo lo hará extinguirse". La razón por la que la desaparición del coste marginal causa el hundimiento del modelo es que en ese coste marginal descansan la fijación de precios y los beneficios empresariales. Es decir, cuando la innovación es tan innovadora que reduce el coste marginal a cero, los precios caen hasta acercarse a la gratuidad, explica Rifkin, y las industrias convencionales colapsan por falta de beneficios. Y los viejos oligopolios son sustituidos por otros: Amazon puede hacer desaparecer a los grandes grupos editoriales ¿y en todo caso los hace ya contraerse de forma drástica¿ como antes Napster y luego iTunes o Spotify hicieron con las grandes discográficas.
Esta nueva concentración de poder es la que no deja dormir a Jaron Lanier, (¿Quién controla el mundo?, Debate, 2014), que ve en la gestión del big data (grandes conglomerados de datos) un gran riesgo para el futuro de la humanidad que aumenta las desigualdades y concentra el poder. Pone un ejemplo: antes, "si una aseguradora quería aumentar sus beneficios, la principal manera de hacerlo era asegurar a un número cada vez mayor de clientes. Tras la aparición del big data, los incentivos se invirtieron de una manera perversa, y la vía para incrementar los ingresos consistió en asegurar únicamente a quienes los algoritmos indicaban que menos necesitaban contratar un seguro". Aplica lo mismo a la NSA, la agencia de seguridad estadounidense, pillada espiando a todo bicho viviente. Hoy grandes empresas e instituciones pueden acceder a una información propia del Gran Hermano orwelliano sin siquiera personal para gestionarla, gracias al software y los algoritmos que evalúan y clasifican a los ciudadanos.
Rifkin admite que estos nuevos oligopolios ya se están produciendo incluso fuera de la cultura y advierte de los riesgos de seguridad de los datos. Pone como ejemplo monopolístico a Uber, la famosa start-up para compartir coches que ha puesto en pie de guerra a los taxistas de medio mundo. Pero opina que es fácil de combatir, pues cualquier usuario puede crear otra aplicación similar sin depender de la compañía de San Francisco, financiada por fondos de capital riesgo. Aplicado al caso del espionaje: Wikileaks no necesitó más que un servidor y dos informáticos para desarmar al Gran Hermano, gracias a millares de ciudadanos que filtraban datos. Snowden, ni eso.
Jeremy Rifkin incide, en ese sentido, en la brutal democratización de la creación y la innovación, que ya se está viendo en el campo cultural: el colapso de la industria no ha reducido la producción ni el consumo de música sino que los ha hecho crecer de forma exponencial. Es la facturación lo que se ha contraído. El PIB.
Esta colaboración entre usuarios es la clave, a juicio de Rifkin, del nuevo paradigma que se nos viene encima y que, profetiza, acabará siendo hegemónico en este siglo. Repara en un dato relevante: "Tras la Gran Recesión, el PIB mundial ha ido creciendo a un ritmo cada vez menor. Aunque los economistas señalan varias causas (...), puede que haya otro factor subyacente de gran alcance que, aun siendo todavía incipiente, explique al menos en parte esa desaceleración del PIB: A medida que el coste marginal de producir bienes y servicios se va acercando a cero en un sector tras otro, los beneficios disminuyen y el PIB se reduce. Por otro lado, el hecho de que más y más bienes y servicios sean prácticamente gratuitos hace que se compre menos en el mercado, lo que también reduce el PIB. (...) También aumenta el número de usuarios que prefieren acceder a ciertos bienes antes que tenerlos en propiedad y deciden pagar únicamente por el tiempo que utilizan un automóvil, una bicicleta, un juguete, una herramienta o cualquier otra cosa, lo que también se traduce en una bajada del PIB. (...) Cuanto más crece el número de prosumidores (consumidores que son también productores), más actividad económica pasa de la economía del intercambio en el mercado a la economía del compartir en el procomún colaborativo, con la correspondiente contracción del crecimiento del PIB". En conclusión: "Los prosumidores no sólo crean y comparten en el proceso colaborativo información, entretenimiento, energía verde, productos impresos en 3D (casas, muebles y ahora también coches) o cursos por internet, sino que también comparten con un coste marginal muy bajo o casi nulo vehículos, viviendas, prendas de vestir y muchas cosas más".
Rifkin asegura que esta reducción del PIB no debe entenderse como un empobrecimiento, ya que el PIB es un indicador parcial y mejorable de la salud económica de un país, y su retroceso supone, en todo caso, una reducción del impacto sobre el medio y una mejor gestión de los recursos: si se comparten segundas residencias o coches, se reduce el consumo de materias primas; la autoproducción energética -que Alemania está impulsando para sustituir las energías fósiles y reducir la dependencia energética, y a la que en España se le ha metido un severo rejón- es genuinamente sostenible.
Por eso, a medio plazo, Rifkin cree que este retroceso del capitalismo (y del PIB) es inteligente y necesario. E inevitable. "Y provocará enormes cambios económicos, políticos, sociales y psicológicos". Un nuevo paradigma. "El poder narrativo de un paradigma se basa en la descripción exhaustiva de la realidad", y por eso Rifkin, que no es un apocalíptico sino un integrado, es muy exhaustivo en su libro. Sostiene que este cambio es tan importante como "el paso de la caza a la agricultura". Los síntomas están ahí: "Los beneficios empresariales se están empezando a evaporar, los derechos de propiedad pierden fuerza, y la economía basada en la escasez deja paso, lentamente, a una economía de la abundancia". Y todo empezó compartiendo música.
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