Isidre Ambrós
LA VANGUARDIA, 18/10/2015
La ambición y el "vivir al día" definen la generación que dirigirá el destino de China cuando sea la primera potencia
Las familias chinas observan con una mezcla de orgullo e inquietud el fin de la carrera universitaria de sus hijos y su aterrizaje en el mundo real. La generación nacida a finales de los años ochenta y principios de los noventa, la que está construyendo una superpotencia que le tocará dirigir en el futuro, tiene desconcertados a sus mayores. La consideran irreconocible para lo que son losesquemas del país. Son un colectivo muy ambicioso, que apuesta por un "vivir ahora y luego ya veremos".
Ellas y ellos comparten buena parte de las dosis de pragmatismo de sus colegas europeos. Les preocupa su futuro, el precio de la vivienda y el ganar dinero, pero a diferencia de estos últimos, se muestran más optimistas sobre su porvenir. Asumen que su incorporación al mundo laboral no es tan fácil como se lo habían pintado, pero tampoco se inquietan por la desaceleración económica de su país. Una tranquilidad derivada de ver que los salarios crecen más del 9%, muy por encima del 7% de la tasa de crecimiento del PIB, y de que se crean más de 10 millones de empleos anuales.
"Están frustrados porque ven que hay más competencia que antes a la hora de buscar empleo, pero son optimistas porque la crisis económica aún no ha llegado y, por tanto, no se sienten amenazados", señala Jean Pierre Cabestan, profesor de la Ciencias Políticas de la Universidad Baptista de Hong Kong, a la hora de justificar cómo afrontan la vida estos jóvenes veinteañeros. Una mayor competencia en el mercado laboral causada porque cada año salen de las universidades más de 7 millones de jóvenes dispuestos a comerse el mundo. Cifra que eleva al 12% la tasa de paro entre los universitarios, frente al 5,06% de media nacional urbana.
Un diagnóstico que confirma Qing, licenciada en Filología Hispánica. "Al salir de la universidad me he dado cuenta de que la vida no es tan fácil como nos explicaban en clase. Los profesores nos decían que si trabajábamos duro, en dos años nos haríamos ricos. Ahora veo que no es así", dice esta joven de 24 años, que lleva más de un año como profesora de español en una academia. Reconoce que no le costó mucho encontrar empleo, pero asume que con lo que hace no se hará millonaria con este trabajo. Ella pertenece a la primera generación de jóvenes chinos que ha crecido en un país estable y con una economía en pleno desarrollo, con tasas de crecimiento anual de dos dígitos. Una vida cómoda, con juegos de vídeo, móvil desde la secundaria, posibilidad de comer una hamburguesa con patatas fritas y viajar al exterior.
Qing, y otros muchos como ella, son los primeros que se han beneficiado de aquel ideal que proclamara Deng Xiaoping de "hacerse rico es glorioso". Una consigna que llevó a sus padres a esforzarse para que ellos tuvieran un futuro mejor. Para que no sufrieran los estragos que padecieron ellos del Gran Salto Adelante (un conjunto de medidas desastrosas que provocó una gran hambruna en el país y la muerte de 20 millones de personas) y los efectos de la Revolución Cultural, que sembró el caos en el gigante asiático durante una década.
Estos años que les tocó vivir convirtió a sus padres en conservadores a ultranza. Forma de pensar que ha provocado un verdadero cataclismo generacional con sus hijos. Para ellos, el comportamiento de este colectivo de más de 400 millones de jóvenes les ha convertido en una generación irreconocible. Los ven apáticos, indiferentes y materialistas, y no comprenden que sus hijos no se preocupen por blindar su futuro. Y es que tanto los que buscan una realización personal más allá de amasar una fortuna -que son los menos-, como los que ambicionan ser millonarios a los treinta años, todos coinciden en que lo que importa es vivir el momento. "Sólo se interesan por la buena vida", subraya Cabestan.
Pero el concepto de buena vida no es el mismo para todos estos jóvenes nacidos después de la masacre de Tiananmen de junio de 1989. Aquella matanza de estudiantes, que salieron a la calle pidiendo transparencia al Gobierno en la lucha contra la corrupción y acabaron aplastados por las tropas del Ejército Popular por reclamar más democracia, afectó profundamente a la sociedad china. El régimen comunista se encargó de erradicar toda inquietud política entre la juventud, pero también ahondó las diferencias sociales, que se han incrementado con el paso de los años.
Para unos, la buena vida es hacer un máster en el extranjero o tomarse un año sabático como inversión de una experiencia vital, piensan uno de cada cuatros chinos de entre 15 y 25 años, según un estudio de Walter Thompson. Para otros es hacer carreras nocturnas por las principales calles de Pekín con un Lamborghini o un Ferrari, invertir en la bolsa y gastárselo luego en productos de lujo, viajar a lugares exóticos y aprovecharse de un apellido.
Para Ignacio Alonso, ex profesor visitante de la Universidad Tsinghua de Pekín, lo que predomina en esta generación "es una cierta conciencia de futuro, de destino". Un esquema en el que todos tienen claro su papel.
"En un extremo se sitúan los hijos de las familias normales o de funcionarios de provincias, que se conforman con aspirar a un trabajo que les lleve a ser mejores que sus padres", dice este profesor asociado a la UPC. "En el otro, se halla el grupo de los herederos del régimen, los niños mimados de las élites comunistas, cuya conciencia linda con el pecado de la soberbia, y que asumen que a sus años ya tienen la vida resuelta por ser hijos de familias poderosas del Partido".
Un ejemplo de ello se dio hace poco en la estación del tren que lleva al aeropuerto de Pekín. Un joven vestido con bermudas y escuchando música a través de su iPhone no vaciló en saltarse una cola de una veintena de personas con un carnet rojo del Partido en la mano. "En China, yo paso primero", se limitó a decir al ser exhortado por este periodista a esperar su turno.
En los últimos tiempos, sin embargo, el horizonte se ha oscurecido para todos. Aunque para unos más que para otros. La desaceleración económica, la lucha anticorrupción y la degradación medioambiental, entre otros problemas, plantean cuestiones fundamentales sobre la sostenibilidad del modelo de crecimiento chino. Afectarán principalmente a los hijos de las familias rurales, los que trabajan en las fábricas de la provincia sureña de Guangdong, que sufren los efectos de la ralentización económica china.
Este panorama, sin embargo, tampoco parece inquietarles demasiado a esta generación que ha crecido conectada a internet y realiza el 40% de sus compras a través de la red. Sobresale su desinterés por la política. Lo único que les preocupa es su situación personal. "Francamente, me cuesta preocuparme por el país. además no es rentable", señala Qing. "Si saliera a manifestarme, por ejemplo, para protestar por la contaminación, la policía me perseguiría toda la vida. Esta situación explica que los jóvenes chinos nos expresemos a través de las redes sociales, es más efectivo y más seguro", añade esta profesora de español.
Su pensamiento refleja el sentir mayoritario de esta generación nacida entre mediados de los ochenta y noventa por la política. Un estudio del Instituto de Sociología de la Academia de Ciencias Sociales de China (CASS) señala que los jóvenes con mayor nivel educativo y procedente de las mejores universidades del país son las menos proclives a interesarse por la política y a ingresar en el Partido Comunista, aunque suman la mayoría de admitidos. Según cifras oficiales de la organización, casi el 39% de los más de 87 millones de sus afiliados tienen titulación universitaria.
"A la mayoría de los estudiantes no les importa el partido", afirma Xiaomei, una estudiante de Filología Hispánica que ha optado por cursar un máster de Comunicación en Londres. "En la universidad es prácticamente obligatorio afiliarse, pero muchos son miembros durmientes que luego abandonan la organización cuando entran a trabajar en una firma extranjera", precisa Jean Pierre Cabestan. "El único interés que tiene ser del partido es si pretendes trabajar en la Administración o en alguna empresa estatal", subraya Qing.
Esta falta interés de la generación de los ochenta y noventa por ingresar en la organización comunista tiene su razón de ser. La reticencia ha crecido entre los jóvenes a medida que prolifera la iniciativa privada, ya que el partido ha dejado de ser el único trampolín para ascender en la escala social del gigante asiático, a pesar de que aún desempeña un papel importante. El desinterés que muestran ellas y ellos por la política y el partido contrasta con su enorme ambición por alcanzar la cima del reconocimiento social. Un objetivo que se traduce por tener éxito en los negocios y hacerse rico cuanto antes. Metas por las que la mayoría de miembros de esta generación están dispuestos a realizar los sacrificios que hagan falta.
Aún no han asaltado el poder. Están preparándose para cuando llegue su hora. Un momento que seguramente coincidirá cuando China se convierta en la primera potencia mundial, lo que los analistas prevén que sucederá en torno al año 2020. Ellos son las mujeres y los hombres predestinados a dirigir el destino del gigante asiático y a influir en la marcha del planeta dentro de unos pocos años. Son los nietos políticos de Mao, aunque en ellos apenas quede nada de la ideología del Gran Timonel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario